martes, 28 de abril de 2009

Conclusión de su vida.



La vida de Sucre fue un luchar continuo. Combatía contra las fallas humanas, contra los elementos, contra las distancias. Su preocupación por los servicios, por la eficiencia administrativa, llenó muchas de sus horas. Fue indoblegable en su actitud vigilante por la probidad. Castigaba sin vacilar, con rigor extremo, crímenes, vicios y corruptelas, pero fue magnánimo con enemigos y adversarios vencidos. Sobre todo resaltan en Sucre sus conceptos del patriotismo americano, del honor, de la gratitud y la lealtad.


En la última carta de Antonio José de Sucre a Simón Bolívar, escrita en Bogotá el 8 de mayo de 1830, consta "...el dolor de la más penosa despedida...", y así de su propia mano escribe: "No son palabras las que pueden fácilmente explicar los sentimientos de mi alma respecto a Ud.: Ud. los conoce, pues me conoce mucho tiempo y sabe que no es su poder, sino su amistad la que me ha inspirado el más tierno afecto a su persona. Lo conservaré, cualquiera que sea la suerte que nos quepa, y me lisonjeo que Ud. me conservará siempre el aprecio que me ha dispensado. Sabré en todas circunstancias merecerlo. Adiós, mi general, reciba Ud. por gaje de mi amistad las lágrimas que en este momento me hace verter la ausencia de Ud. Sea Ud. feliz en todas partes y en todas partes cuente con los servicios y con la gratitud de su más fiel y apasionado amigo"

martes, 21 de abril de 2009

Sus últimos dias

El asesinato de Sucre fue como una “Crónica de una muerte anunciada”, ya que el mismo fue planificado y ejecutado con alevosía, ensañamiento, ventaja y premeditación. Si el mariscal se hubiese ido por Buenaventura, allí lo esperaba el general Pedro Murgueitio para darle muerte; si optaba por la vía de Panamá lo acechaba el general Tomás Herrera, y desde Neiva lo vigilaba el general José Hilario López. El Libertador, que rara vez se equivocaba en sus sentencias, exclamó: “...Yo pienso que la mira de este crimen ha sido privar a la patria de un sucesor mío...” Bolívar que estaba enfermo en la costa del Atlántico, al conocer el luctuoso suceso, exclamó: "¡Santo Dios! ¡Se ha derramado la sangre de Abel!... La bala cruel que le hirió el corazón, mató a Colombia y me quitó la vida".

Durante mucho tiempo se corrió la noticia que fue el general Juan José Flores, compatriota y compañero de gestas independentistas quien había ideado el crimen, debido a la simpatía del pueblo quiteño al Mariscal y la posibilidad de éste, al radicarse en Quito con su esposa, la quiteña Mariana de Carcelén (Marquesa de Solanda y de Villarocha) y su hija, de convertirse en el primer presidente del Ecuador – como ocupó las presidencias de Bolivia y Perú –, cargo que ocupó Flores desde 1830.El Libertador Simón Bolívar le escribe una carta a la viuda del Gran Mariscal de Ayacucho Antonio José de Sucre, doña Mariana Carcelén, agradeciéndole el ofrecimiento de conservar la espada de su esposo el 5 de noviembre de 1830. De esta manera la Marquesa de Solanda cumplió con una de las cláusulas del testamento de Sucre, sin embargo Bolívar en su propio testamento ordenó que la espada del prócer cumanés fuese devuelta a su esposa Doña Mariana Carcelén. Los restos mortales del Mariscal Sucre fueron llevados a Quito por su esposa, la marquesa de Solanda, y mantenidos en secreto en su hacienda en el Valle de los Chillos. En 1832 y cumpliendo la voluntad de Sucre, que deseaba ser enterrado en la capital ecuatoriana, son depositados en el Convento del Carmen Bajo, y posteriormente fueron llevados a la Catedral Metropolitana de Quito, donde ocupa una capilla. Se ha planteado repatriar sus restos a su patria, Venezuela, para ser colocado en altar que para él está diseñado en el Panteón Nacional, en Caracas. En su honor fue bautizada una ciudad de Bolivia, el estado donde nació y varios municipios en Venezuela, un departamento de Colombia y la moneda del Ecuador.